El salafismo es un acelerante combustible de gran
rapidez: le acercas una pequeña llama et
voilá, ya tienes un gran infierno montado. El problema reside en que
cualquier cosa puede ser una pequeña llama: la caricatura de su profeta en una
viñeta nórdica, una niña discapacitada que profana su libro sagrado o una
seudopelícula satírica. No existe libertad interpretativa cuando se trata del
Corán.
Y nadie lo ignora. Los Monty Python produjeron la
genial La vida de Brian y no la de Abdel
porque sabían lo que había en juego. También lo sabía el equipo de esta
creación audiovisual a los que sinceramente imagino pensando que se les ha ido
de las manos la broma, no tanto por lo inoportuno de su obra sino por sus
consecuencias. Pondría la mano en el fuego porque ahora mismo el equipo de esa
pieza está en el Top Five de gente más asustada del mundo.
Ahora Obama debe contraatacar y no, no es algo
opinable. En plena carrera presidencial Obama debe dar ejemplo de mano dura
sino quiere que se diluyan sus aspiraciones de renovar mandato; los
republicanos ya andan haciéndole culpable de lo ocurrido en la embajada
estadounidense en Libia. Y de repente entendemos que todo es política, hasta la
muerte de varias personas, y todo se vuelve asqueroso, turbio, vomitivo.
Las muertes que vengan (porque vendrán) como
consecuencia de todo este maremoto tendrán que ser cargadas a la cuenta de unos
creyentes a pies juntillas de lo que otros le cuentan y, no sé por qué, me da
que estos mandamases islamistas lo son más de boquilla que de fe. Pero también
que le apunten algún muerto a los Estados Unidos que de forma muy cristiana van
a guardarse su otra mejilla para golpear a la de su enemigo.
A todo esto, y quien me conozca lo sabe, soy
defensor a ultranza de la libertad de expresión pero... cojones míos, ¿no lo
sospechabais ni un poquito?