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Reencuentro

"Soy un hombre que vive en el siglo XXI pero educado en el XX con la mentalidad del XIX". A menudo recuerdo esa frase que un profesor de griego que tuve dijo un día en clase como muestra de su mentalidad. Pues bien, por mi parte ya es definitivo: Me estoy haciendo mayor.

Que no se extrañe nadie, siempre he sido así. Me temo que siempre he estado por delante de los intereses de la generación que, por nacimiento, me correspondía. A saber: si mis amigos pensaban en jugar, yo pensaba en estudiar; si mis amigos pensaban en estudiar, yo pensaba en trabajar... Sólo espero que el ritmo frene un poco porque sino, cuando mi generación empiece a trabajar yo ya querré jubilarme y cuando todos nos jubilemos, yo ya estaré pidiendo tierra...

Exageraciones aparte (quien me conozca ya sabrá que soy muy amigo de las hipérboles), nací en la (de)generación errónea. No me entiendan mal, adoro las libertades del momento en que vivimos, el bienestar social en que me he criado y en el que espero pueda yo también criar. No hablo de añoranzas de otros regímenes o formas de gobierno, Dios me libre (nunca mejor dicho). Hablo sólo y exclusivamente de mi generación.

Tampoco quiero decir que odie todo lo que me rodea y no me identifique con nada... Soy hijo de mi tiempo y se me nota en las maneras... Creo que lo mejor para explicarme será poner un ejemplo, así, al azahar.

Recientemente me etiquetaron, por esa red social con nombre de número inglés mal escrito, en una fotografía en la que aparecía la puerta principal de mi antiguo instituto. En el título: "reencuentro.." (sí, otro día hablaré del binómio redes sociales/ortografía). Me alegré desde el primer momento porque intuía la posibilidad de ver a algunas de las personas que durante casi un lustro habían participado activamente en mi vida.

Se comenzaron a publicar los comentarios de todos los implicados. Cada uno proponía su idea para tal magno evento y, algunos otros (entre los que me encuentro, como no), pues se dedicaban a poner comentarios absurdos... En fin, lo que viene siendo participar de una red social. Obviamente, no se llegaba a ninguna conclusión seria.

Pero de repente, surgiendo de entre una amalgama de planes que no llegaron a buen puerto, alguien dijo la palabra mágica: "botellón". Ocho palabras y una tilde (obviamente la tilde la añado yo, en su versión original fue olvidada) que son capaces de conseguir que los planetas se alineen para poner a todo el mundo de acuerdo. La moción fue secundada por la inmensa mayoría de los implicados.

El problema reside en que, mira las alturas de la vida en que nos encontramos y yo, sigo sin beber. Nunca me he emborrachado y, para colmo, odio las discotecas a un nivel más que razonable (menos aquellas que me contratan para actuar, vosotras chicas, sí que lo valéis -guiño, guiño-).

Sabiendo ya que un plan de tal calado no está trazado para los ánimos de reencuentro de un servidor, sigo leyendo las opiniones que continúan naciendo. El plan se va concretando. Aparece entonces el mágico comentario que me inspira este largo soliloquio; alguien dice que lo que hay que hacer es un botellón en el botellódromo (mágnifico palabro por cierto) tras cenar cada uno en su casa y que después, cada uno que haga lo que quiera. En resumen: quedemos en un descampado durante un par de horas para ponernos ciegos... Nada más.

Lo curioso no es la propuesta del plan sino la aparición instantánea de salvas y vítores que saludaban contentos el programa festivo del evento... Todos convencidos y entusiasmados...

Quiero dejar claro en este punto que no intento criticar con mala fe los planes que se fomentan en la juventud que vivo, ni mucho mayor acusar a nadie de nada. Simplemente estoy exponiendo mi opinión: yo no entiendo nada.

Pero que conste que será culpa mía porque tantos jóvenes no pueden equivocarse. Debe ser que me criaron mal; o que nací, como mi profesor de griego, en la era equivocada; o simplemente será que ahora debe llegar en mi relato la estructura circular para volver a afirmar lo mismo que al principio: Me estoy haciendo mayor.

PD. Puede que no haya aprendido nada realmente importante de esta historia pero la próxima vez que intente ligar con una chica me inclinaré sobre ella y le susurraré al oído: "botellón". Creo que, visto lo visto, la convenzo seguro.