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Cada cosa por su nombre

Lo hemos escuchado en películas, tertulias de mañana con salvaslips, programas radiofónicos de cualquier pelo y en ocasiones, más de las que serían sano y saludable, lo hemos oído decir a algún conocido.

España, hoy la niña menos guapa de Europa, se antojaba hace no mucho una entrada al paraíso que parecía ser (cuando las apariencias engañaban) la Unión Europea. Entonces, miles de inmigrantes, africanos en su mayoría, se abalanzaban sobre nuestras fronteras. Eran tiempos distintos; joder si eran tiempos mejores.

¿Qué se hacía aquí mientras? En nuestra piel de toro nos dedicábamos a criticarlos en charlas de bar, cervezas mediante, y entonces se oía por parte de alguien que desgraciadamente se lo habría escuchado a algún otro: “Esta gente viene aquí de fuera a quitarnos el trabajo y a conquistar a nuestras mujeres…”. La virgen.

Una vergüenza que la mayoría de las veces permitíamos porque no nos iba nada en defender a aquellos pobres diablos. Como esta, muchas otras donde elegir. Ninguna con pies y todas sin cabeza. Dios les perdone.

Pero en fin, yo no iba a hablar de esto. Yo no pretendía hacer un artículo serio de ningún modo pero reconozco que me gusta dejar alguna flor reivindicativa entre toda la maleza de mi absurda literatura.

Entonces, ¿a qué venía todo esto? Pues sólo quería llegar a la frase “a conquistar a nuestras mujeres” para exponer una idea que me lleva rondando desde siempre en la cabeza: lo de fuera siempre es mejor. Me explico. La idea de lo desconocido, lo menos cotidiano, siempre ha resultado atrayente y, aunque puedan negar la mayor diciendo que lo patrio es siempre lo mejor, en tema de conquistas… Denme al menos la posibilidad de argumentar.

Sólo quiero jugar un poco y no me parece mal tema. Imaginen las chicas por un momento:

Estáis en la playa, calor tórrido sobre la arena mientras lucís vuestro absurdamente bien moldeado cuerpo (sí, todas mis lectoras están buenas). El agua pide de vuestra presencia para poder refrescaros con su vaivén y aceptáis la invitación. Remojón y de vuelta al campamento. Al volver… SORPRESA: Hay una nota con un número sobre la toalla y que entona un escueto: “No he sabido resistirme, ¿me llamas? FDO. Patricio Lopez

Segundo supuesto:

La misma exacta situación, en esta, quizá estéis hasta más buenas (que sí, que todas mis lectoras tienen un meneo), con una salvedad. Al volver del agua en la nota reza: “No he sabido resistirme, ¿me llamas? FDO. Patrick Sullivan

Pregunta: ¿Cuál de los dos supuestos moja esa noche?

Exacto. En cuestión de nombres lo foráneo siempre es mejor. Porque en este país, si te llamas Juan Lucas eres un mierdas pero si te llamas Gianluca (léase con el debido acento italiano) parece hasta que la tienes más gorda. Hay más. No es lo mismo ser Valentín que Valentino, tener Ángeles que Angelinas ni llamarse Florencio que Florenzo. En todos estos casos, los segundos son los primeros a la hora de molar.

Como podéis comprobar he puesto sólo nombres italianos. Mi teoría es válida con casi cualquier idioma pero he elegido el italiano por la fama de seductores que tienen (y yo no descartaría que esta fama se derivase exclusivamente de sus nombres).

El italiano tiene la particularidad que hasta en los nombres que son muy parecidos en ambos idiomas, siempre tienen algo más, un plus de seducción nomenclaturil. Un ejemplo de cada sexo. No es lo mismo que te susurren Alejandro que Alessandro, ni que te bese una Beatriz a una Beatrice… Lo siento pero no es lo mismo.

Todo está en la mente, en lo exótico de lo foráneo. Algunos ejemplos más. ¿Os imagináis que el El diario de Brigdget Jones se hubiese traducido por El diario de Brígida Jones? ¿Hubierais visto la película Constantine de haberse llamado Constancio? ¿Cómo de largo se nos hubiera hecho el camino de baldosas amarillas de Judy Garland en el Mago de Oz si en lugar de llamarse Dorothy se hubiera quedado como Dorotea? ¿Si el aclamado Justin Bieber se hiciera llama Justino Bieber tendría el mismo éxito?

Sabéis tan bien como yo las respuestas a todas esas preguntas. Lo siento.

En cualquier caso, no preocuparos. Este mal está extendido por todo el mundo y eso nos permite devolver el balón al tejado extranjero porque, por extraño que pueda parecer, seguro que en Estados Unidos cualquier José García folla el doble que los millones de Johns Simpsons que existan por ahí.

Ahora podéis comprobar cómo os llamaríais de haber nacido en otro lugar. Yo, mientras tanto, me dedicaré a pensar en las lectoras de este blog (porque mira que estáis buenas, eh). 

Los cuentos de la Historia (del Arte)

Odio tener la sensación de estar perdiendo el tiempo. La detesto y repudio desde lo más hondo de mi ser.  Sin embargo no puedo dejar de tenerla, constantemente. Será porque vivo un tiempo desorganizado, con una carrera terminada pero sin ningunas miras de futuro con respecto a trabajar “en lo mío” (¡qué digo en lo mío! De trabajar en nada…)

El caso es que me autopropongo muchas medidas para solucionarlo: leer esos libros que me regalaron (o esos que sé que me ayudarán); sentarme delante del ordenador y escribir ese guión que dejé a medias; ponerme a construir un nuevo monólogo como si de un trabajo remunerado se tratara, escribiendo seis horas al día si fuera necesario… Y nada, no hay manera. No obtengo la motivación ni las ganas; en cambio una afición absurda por la radio puede hacer que me pase horas llenas de nada pero que también disfruto, es mi adicción irrenunciable.

El caso, y perdón por esta perorata que he largado, es que me siento bien cuando hago alguna de las cosas que tengo en mi lista de cosas “importantes” (es que he aprendido que lo importante es siempre circunstancial, por eso lo de las comillas) y entre ellas está actualizar este blog, liberarme en vuestros ojos y, si puede ser, que sonriamos un rato. Este pensamiento me ha traído hasta aquí. Bienvenidos de nuevo.

Hoy escribo sobre algo que llevo pensado desde que cursaba bachillerato, en concreto, cuando estudiaba la asignatura de Historia del Arte. Veo, en una de esas revistas que adjuntan los periódicos en su tirada dominical, un artículo titulado “La cara oculta del Greco” en el que se analizan detalles de uno de los cuadros del pintor de Creta: “El soplón”.

Lo primero se me pasa por la cabeza es reflexionar sobre cómo somos los españoles. El Greco se llamaba en realidad Doménikos Theotokopoulos pero eso para un español… Es mucho pedir. Ya me imagino yo al tal Doménikos cuando llegó a España (murió en Toledo), nada más bajar del barco que se le acerca un españolito de la época y le grita esa frase tan de pueblo: “¿Y TÚ DE QUIÉN ERES?”. El chico, desconcertado le responde con sus mejores modales cretenses:

-         -  Me llamo Doménikos Theotokopoulos, nacido en Creta, hijo de comerciantes griegos
-         - ¿QUÉ TE LLAMAS DOME QUÉ?
-         - Doménikos señor, me llamo Doménikos Theotokopoulos
-         - PERO SI ESO… ESO ES NOMBRE DE MARICÓN. Y ¿DE DÓNDE DICES QUE VIENES?
-         - De Creta señor, pero soy de ascendencia griega.
-       - ENTONCES TE VAMOS A LLAMAR “EL GRECO”. TE LLAMARÍAMOS EL GRIEGO, PERO YA ES UN YOGUR Y UNA POSTURA SEXUAL, ASÍ QUE PARA QUE LA GENTE NO SE LÍE “EL GRECO” Y NO HAY MÁS QUE HABLAR

Y esto pasó así, que me lo ha dicho a mí la amiga de la prima de la cuñada de mi hermana que, casualmente, también tiene el video del perro y la mermelada con Ricky Martin en Sorpresa, Sorpresa.

Luego me detengo en leer el artículo. Habla sobre los secretos que esconde el cuadro y lo que de verdad pretendía decir el autor en cada una de sus pinceladas y entonces pienso lo que pensaba en mis clases de Historia del Arte: “¿Seguro que eso es así? ¿Seguro que no te lo estás inventando para quedar guay?”

Pasa con todo, pero con el arte, mucho más a menudo. La imagen es clara: Vas al museo, alquilas el teléfono ese que te dice lo que estás viendo (recuerdos de aquel juego llamado “Linea Directa”, una suerte de Cluedo para adolescentes) y te pones frente al primer cuadro. Lo miras y oyes: “Al pintar la espada es posición horizontal, el autor quería reflejar lo tranquilo del carácter del retratado” Y entonces piensas: “¿Y TÚ QUÉ CARAJO SABES?”

¿Alguien le preguntó al pintor lo que quería reflejar con ese detalle antes de que se muriera hace ya 500 años? NO. Simplemente lo suponen los estudiosos de estas cosas y los demás, pues asentimos y ya está. Yo planteo la nueva guía del museo que al explicar el cuadro: “Y la espada puesta en posición horizontal simplemente hacía bonito”.

Creo que todos sabemos de qué estoy hablando pero lo aclararé aún más; os pondré algún ejemplo real. Buscando no demasiado, de una de las más famosas obras de Velazquez, se puede leer en cuanto a sus posibles simbolismos. A saber:

“La disposición de las figuras sirve a algunos críticos para argumentar que encierran una simbología referida a las constelaciones (pues uniendo las cabezas de Velázquez, Mª Agustina, la Infanta, Isabel y José Nieto se obtiene una forma similar a la de la constelación Corona Borealis de la que la estrella central se llama Margarita) y los signos del zodíaco (englobando en una especie de nudo las cabezas de los personajes y dejando en el centro del círculo el espejo, se forma un "nudo" semejante al signo de capricornio con el que se relacionan los representados)”.

A lo que yo no puedo más que espetar un grave: “¿En serio? Are you kidding?”

Creo que ahora todos comprendéis mucho más lo que pienso. Cuidado. Que no digo yo que no existan detalles y simbolismos que hayamos encontrado gracias a los historiadores del arte (que, dicho así, parece una serie tipo CSI del canal Historia) pero, ¿esto no es buscarle un poco los tres pies al gato?

Esto es un mucho lo que pienso de este tema, aunque tengo más. Os emplazo a mi próxima actualización (pronto, lo prometo).

Antes de terminar, quiero llamar a la calma. Que nadie se alarme que hay otros que están peor. Pues no van y dicen que los toros son cultura… Si es que…