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Los cuentos de la Historia (del Arte)

Odio tener la sensación de estar perdiendo el tiempo. La detesto y repudio desde lo más hondo de mi ser.  Sin embargo no puedo dejar de tenerla, constantemente. Será porque vivo un tiempo desorganizado, con una carrera terminada pero sin ningunas miras de futuro con respecto a trabajar “en lo mío” (¡qué digo en lo mío! De trabajar en nada…)

El caso es que me autopropongo muchas medidas para solucionarlo: leer esos libros que me regalaron (o esos que sé que me ayudarán); sentarme delante del ordenador y escribir ese guión que dejé a medias; ponerme a construir un nuevo monólogo como si de un trabajo remunerado se tratara, escribiendo seis horas al día si fuera necesario… Y nada, no hay manera. No obtengo la motivación ni las ganas; en cambio una afición absurda por la radio puede hacer que me pase horas llenas de nada pero que también disfruto, es mi adicción irrenunciable.

El caso, y perdón por esta perorata que he largado, es que me siento bien cuando hago alguna de las cosas que tengo en mi lista de cosas “importantes” (es que he aprendido que lo importante es siempre circunstancial, por eso lo de las comillas) y entre ellas está actualizar este blog, liberarme en vuestros ojos y, si puede ser, que sonriamos un rato. Este pensamiento me ha traído hasta aquí. Bienvenidos de nuevo.

Hoy escribo sobre algo que llevo pensado desde que cursaba bachillerato, en concreto, cuando estudiaba la asignatura de Historia del Arte. Veo, en una de esas revistas que adjuntan los periódicos en su tirada dominical, un artículo titulado “La cara oculta del Greco” en el que se analizan detalles de uno de los cuadros del pintor de Creta: “El soplón”.

Lo primero se me pasa por la cabeza es reflexionar sobre cómo somos los españoles. El Greco se llamaba en realidad Doménikos Theotokopoulos pero eso para un español… Es mucho pedir. Ya me imagino yo al tal Doménikos cuando llegó a España (murió en Toledo), nada más bajar del barco que se le acerca un españolito de la época y le grita esa frase tan de pueblo: “¿Y TÚ DE QUIÉN ERES?”. El chico, desconcertado le responde con sus mejores modales cretenses:

-         -  Me llamo Doménikos Theotokopoulos, nacido en Creta, hijo de comerciantes griegos
-         - ¿QUÉ TE LLAMAS DOME QUÉ?
-         - Doménikos señor, me llamo Doménikos Theotokopoulos
-         - PERO SI ESO… ESO ES NOMBRE DE MARICÓN. Y ¿DE DÓNDE DICES QUE VIENES?
-         - De Creta señor, pero soy de ascendencia griega.
-       - ENTONCES TE VAMOS A LLAMAR “EL GRECO”. TE LLAMARÍAMOS EL GRIEGO, PERO YA ES UN YOGUR Y UNA POSTURA SEXUAL, ASÍ QUE PARA QUE LA GENTE NO SE LÍE “EL GRECO” Y NO HAY MÁS QUE HABLAR

Y esto pasó así, que me lo ha dicho a mí la amiga de la prima de la cuñada de mi hermana que, casualmente, también tiene el video del perro y la mermelada con Ricky Martin en Sorpresa, Sorpresa.

Luego me detengo en leer el artículo. Habla sobre los secretos que esconde el cuadro y lo que de verdad pretendía decir el autor en cada una de sus pinceladas y entonces pienso lo que pensaba en mis clases de Historia del Arte: “¿Seguro que eso es así? ¿Seguro que no te lo estás inventando para quedar guay?”

Pasa con todo, pero con el arte, mucho más a menudo. La imagen es clara: Vas al museo, alquilas el teléfono ese que te dice lo que estás viendo (recuerdos de aquel juego llamado “Linea Directa”, una suerte de Cluedo para adolescentes) y te pones frente al primer cuadro. Lo miras y oyes: “Al pintar la espada es posición horizontal, el autor quería reflejar lo tranquilo del carácter del retratado” Y entonces piensas: “¿Y TÚ QUÉ CARAJO SABES?”

¿Alguien le preguntó al pintor lo que quería reflejar con ese detalle antes de que se muriera hace ya 500 años? NO. Simplemente lo suponen los estudiosos de estas cosas y los demás, pues asentimos y ya está. Yo planteo la nueva guía del museo que al explicar el cuadro: “Y la espada puesta en posición horizontal simplemente hacía bonito”.

Creo que todos sabemos de qué estoy hablando pero lo aclararé aún más; os pondré algún ejemplo real. Buscando no demasiado, de una de las más famosas obras de Velazquez, se puede leer en cuanto a sus posibles simbolismos. A saber:

“La disposición de las figuras sirve a algunos críticos para argumentar que encierran una simbología referida a las constelaciones (pues uniendo las cabezas de Velázquez, Mª Agustina, la Infanta, Isabel y José Nieto se obtiene una forma similar a la de la constelación Corona Borealis de la que la estrella central se llama Margarita) y los signos del zodíaco (englobando en una especie de nudo las cabezas de los personajes y dejando en el centro del círculo el espejo, se forma un "nudo" semejante al signo de capricornio con el que se relacionan los representados)”.

A lo que yo no puedo más que espetar un grave: “¿En serio? Are you kidding?”

Creo que ahora todos comprendéis mucho más lo que pienso. Cuidado. Que no digo yo que no existan detalles y simbolismos que hayamos encontrado gracias a los historiadores del arte (que, dicho así, parece una serie tipo CSI del canal Historia) pero, ¿esto no es buscarle un poco los tres pies al gato?

Esto es un mucho lo que pienso de este tema, aunque tengo más. Os emplazo a mi próxima actualización (pronto, lo prometo).

Antes de terminar, quiero llamar a la calma. Que nadie se alarme que hay otros que están peor. Pues no van y dicen que los toros son cultura… Si es que…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Qué vas a dejar para el arte contemporáneo? Hay que leer más y dejarse de tantos telefonitos.

Juanma Suárez dijo...

Amén, señor Vida. Hay tantísimo camelo en los críticos de arte que daría para escribir varios libros del mismo grosor que el de la Historia del Arte Universal.

(Pero sí es verdad que existen simbolismos que todos los artistas conocían y conocen...) Esto último lo quería escribir con letra más pequeña, pero no sé si se puede.