El censo de hijos de Satanás que comúnmente
merodea mi barrio empieza a desaparecer y créanme, lo agradezco de corazón. No
obstante, esta publicación no trata sobre ellos sino sobre mí y mis ganas de
reír entre amigos sin más preocupación que un examen cada cierto tiempo.
Nunca fui mal estudiante pero tampoco me considero
un empollón. Tuve la suerte de saber mantener un preciado equilibrio entre
aprobar todo y pertenecer a ese grupúsculo de gente que mola en el instituto; en
el instituto la bendición es ser el mejor de los peores. Aproveché esa
condición lo mejor que supe, que fue bastante, y crecí en amigos, en risas y en
todo lo demás; menos en tías. En tías nunca crecí.
El tiempo va discurriendo. Seis años pasan lento
cuando quieres escapar de ellos pero demasiado rápidos cuando los dejas atrás.
Se te escurren las risas, lo que aprendiste y casi los amigos. A mi se me ha
fugado todo.
Ahora que los niños lloran, se quejan o patalean
yo daría mil gracias por volver al boquete de donde vine. Crecer no es el
chollo que piensas cuando eres niño pero lo comprendemos demasiado tarde.
Quizá piense todo esto porque he terminado la
carrera en el peor momento histórico posible y el mercado laboral me levanta el
dedo cuando me acerco a él con mis mejores intenciones.
Quizá aconsejaros que sigáis los máximos años
posibles bajo el amparo de ser estudiante no sea lo más ético.
O simplemente, quizá sea algo común en los seres
humanos: ahora que no puedo, es cuando más quiero.
PD. Madres que tiran Tuppers… ¡Apuntad!
1 comentarios:
Volver a la universidad, vale. Pero antes de volver al instituto me corto las venas.
P.D.: Deberías estar de acuerdo con mi comentario, teniendo en cuenta que en la universidad sí creciste en tías. Decuídate y te quito el pedazo de bombón que tienes por novia, suertudo.
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