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Recordando... "Una historia ¿irreal?"

Hoy, con la misma falta de sueño que de imaginación, no tengo cuerpo para escribir una nueva entrada pero, a cambio, os dejo algo interesante. Esto lo escribí en otro blog que tuve (algunos sé que recordaréis este texto) pero creo que aún tiene la latencia suficiente como para volver a ser publicado... ¿O no? 

Esto lo escribí en 2008, cuando apenas era un zagal de 20 años... Pensad, chicos o chicas, lo que habéis cambiado en estos cuatro años; ¿sigo teniendo razón o hemos madurado y lo vemos diferente? Espero comentarios gentucilla de mi corazón.

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Primero, imaginad que sois tías, ¿vale? (Evidentemente, las tías esto no tenéis que hacerlo; y los tíos… dejad de imaginaros con tetas por favor y centraos en la lectura…). Estás disfrutando con tus amigas de una buena noche de fiesta, haciendo botellón y echándote unas risas. Estando a gusto, vaya.

De repente se pone a llover tanto que no puedes ver más allá de dos metros y, en el descontrol de las carreras, se pierden tus amigas y te encuentras corriendo sola por una calle que no conoces bien. Mientras corres con los hombros subidos (no me preguntéis por qué, pero es algo que hacemos cuando llueve) ves, a lo lejos, un local con muy buen aspecto y lleno de clientes. Sobre la puerta, un cartel con neones que anuncia el nombre del local: “Jonnhys”. Corres hacia allí y te colocas en cola para entrar, aunque cuando llegas te das cuenta que es más larga de lo que parecía. Aún así, decides esperar, aunque sea empapándote de lluvia para entrar, porque el local tiene pinta de merecer la pena.

Tras media hora bajo el aguacero, eres la siguiente en entrar. El portero se acerca a ti con rostro serio y te dice: “Son 25 euros”. Sin por favor ni hostias. Pero has esperado demasiado tiempo para echarte ahora atrás así que te resignas (subes los hombros de nuevo) y le sueltas 25 euros al portero. 

Por fin vas a entrar, lo que has sufrido. Abres la puerta y… No se cabe, directamente, no se cabe. El local está más que lleno y es imposible que des dos pasos sin que te toquen las tetas o el culo; o las dos (si sois tíos, os gustará imaginarlo; dejad de hacerlo y comportaos). Consigues llegar hasta la barra y crees que te vas a quedar allí para siempre porque la mierda que tiene casi te deja pegada. Además, de los 5 camareros que la ocupan, ninguno te hace caso. Para colmo la música que suena es el disco que más odias. Llevas allí 15 minutos esperando para pedir y nadie te ha hecho caso, e incluso tienes la sensación de que estaban hablando entre ellos de ti. Te enfadas y gritas. 

El grito, como bien saben los ladrones y violadores, es un recurso barato pero efectivo, así que de muy mala gana se te acerca un camarero y te dice: “¿Qué?”. Aguantas amable y le pides lo que bebas (esto lo dejo a elección del lector, así participamos todos y hacemos ameno y entrañable el relato). Se va a prepararlo, pero no vuelve hasta 10 minutos después. Cuando por fin te lo trae, te dice que es la hora infeliz y que debe cobrarte el doble… Aún sin saber por qué, pagas. El camarero va a darte la copa, pero se le resbala y te la tira encima. Se da la vuelta y se va con el resto de camareros a reírse de la jugarreta que te ha hecho. No puedes más, y te vas.

En la calle ha dejado de llover pero no has dado cuatro pasos y comienza a diluviar de nuevo. Corres (hombros arriba) hacia casa (no conducid ebrios hijos míos) pero te queda demasiado lejos para lo que está cayendo y, justo al cruzar la esquina ves un bareto casi abandonado y con mal aspecto exterior. Sobre la puerta, un cartel de plástico anuncia “Bar Paco”. No quieres, pero no te queda otra opción que entrar.

En el marco de la puerta aparece de pronto el portero y cuando te ves sin otros 25 eurazos, él te dice mientras te sonríe: “Corre, entra, que te vas a pillar una pulmonía”. Justo al entrar, otro hombre se te aparece y te dice: “Chiquilla, dame el abrigo que te lo ponga a secar y siéntate ahí, cerca del calentador”. Miras dentro del local, no hay nadie. Sólo una pareja que te sonríen al verte entrar. 

Todo está limpísimo y, llevaba razón el camarero, que bien se está cerca del calentador. El disco que está puesto es tu favorito (a elección del lector) y el camarero vuelve a donde te sentaste para ver que quieres beber. Se lo pides y en un minuto, lo tienes en la mesa con una sonrisa acompañada de un: “Invita la casa, que has tenido que pasar una noche…”

No sabes qué decir, sólo aceptas y disfrutas durante el resto de la noche de aquel lugar, hasta que ves por los cristales que empieza a amanecer. Te levantas para irte e intentas pagar de nuevo, pero el camarero se niega. Das las gracias y te vas. Ha sido una noche rara y larga, llegas a casa y toca dormir.

Al día siguiente, te reúnes con tus amigas y habláis de todo lo que pasó durante la noche. Todas se fueron a casa mucho antes que tú, así que te toca hablar. Te piden que le recomiendes un sitio de los que viste tú sola el día anterior y sólo atiendes a decir entre gritos de emoción: “Tía, tía, tía, tenéis que ir al Jonnhys”.


Aquí acaba la historia queridos lectores y pensareis, pero Félix mamón (no hace falta insultar señores) ya se te ha ido la cabeza. Esa historia no tiene ningún sentido. Lo sé, amigos, lo sé, pero se os ha olvidado un pequeño detalle: ¡SOIS TÍAS! 

Todo esto que os he legado aquí sirva como metáfora del pensamiento de las tías (diré que del 95 %, por salvar honrosas excepciones) con respecto a los tíos, y que se resume en la genial frase: “No me voy a ir con este tío que no se come un rosco y seguro que me trata como a una reina, sino que me voy a ir con este que le sobran las tías y seguro que me trata como a una mierda”. 

Señores, hombres y muchachada en general que me lee: ¡No quieran ser caballeros! Primero, porque no sirve ya de nada con respecto a las mujeres (¿acaso alguna vez sirvió?); segundo, porque dónde cojones guardas un caballo en tu piso…

P.D. Sí, he usado la palabra “jugarreta” y qué, eh…

1 comentarios:

Sofía Navarro dijo...

La chica se fue del bar sin recoger el abrigo. Parda.